Mi primer trabajoFue mi primer trabajo más o menos formal. Hasta ese momento había ayudado en el huerto, echaba una mano si había alguna obra de reparación en casa, pero siempre dentro de la familia. También en los veranos iba donde trabajaba mi tío Antonio, la oficina de la recaudación de impuestos, allí aprendía a escribir a máquina o ayudaba a ordenar los recibos por orden alfabético en la época de cobros.
En aquel trabajo no tenía contrato ni seguridad social -como era lo acostumbrado en la época- pero si un horario que cumplir, un salario, aunque fuera escaso, y un jefe al que obedecer sin rechistar. Aprendí la dureza del esfuerzo físico continuado, sufría ordenes que me parecieron arbitrarias (todavía no sabía, ni por referencia, lo que era el Servicio Militar), pero también sentí la solidaridad de algunos compañeros, encontré amigos duraderos y surgieron, que recuerde, las primeras inquietudes con el sexo. También fue la primera vez que me relacioné con chicas de edad parecida a la mía en un en torno de trabajo.
Comencé en otoño del año 1961, tenía doce años aunque cumpliría trece en pocos meses. Eran tiempos malos para la familia. Vivíamos con mis abuelos y una tía soltera. El abuelo, albañil, con poca faena, mi padre con trabajos esporádicos. Yo era el mayor de cuatro hijos y había terminado los estudios primarios, así que me tocaba empezar a trabajar -como la mayoría de los chicos de mi edad en esos años-.
En otoños había trabajo en mi pueblo para todo el mundo, era la "temporada de los mantecados", decenas de fábricas de polvorones funcionaban a ritmo frenético desde octubre a Navidad.
También para las industrias auxiliares era un buen momento. En una de ellas comencé a trabajar en el mes de septiembre. Era una imprenta, funcionaba de catorce a diciseis horas diarias para surtir a las fábricas de dulces de papel para envolver los productos, cajas de distintos tamaños y formas, embalajes, etc. Yo era porteador, con un grupo de chicos de mi edad o poco mayores, nos encargábamos de llevar a las fábricas el papel impreso, y, sobre todo, las cajas de madera y cartón donde se envasaban los mantecados y polvorones. El sistema de transporte era rudimentario: unas parihuelas de madera llevadas por dos chicos donde colocábamos las cajas hasta una altura considerable. Además de los asideros, llevábamos una cuerda con un protector de trapo para el cuello, eso nos permitía descansar los brazos de vez en cuando. Nuestro horario era de doce a catorde horas de trabajo: entrábamos a las ocho de la mañana y terminábamos, según el día, a las once o doce de la noche. Con dos horas para ir a comer y cenar a casa. El salario, aunque no lo recuerdo con exactitud, nunca llegaba a doscientas pesetas semanales (1,20 euros) por seis días de trabajo.
Si no hubiera sido por la necesidad y, sobre todo, por el buen clima que había entre los compañeros, no habría aguantado toda la temporada. Aun así, algún día intentaba quedarme un poco más en la cama, hasta que mi abuela, cargada de razones y por mi bien, según ella, me obligaba a levantarme y marchar al trabajo. Los compañeros me recibían con alguna broma, pero, si estabas realmente enfermo, siempre había alguno que hacía el trayecto más largo y te dejaba el porte con la fábrica más cercana. Recuerdo a las chicas cantando mientras preparaban las cajas o los paquetes de papel de envolver. Cuando te tocaba cargar desde la nave donde realizaban su tarea, siempre ibas con miedo a que se rieran de ti, te gastaran alguna broma subida de tono o, lo que era peor, te adjudicaran con guasa alguna novia que podía durar varios días. Pero, a pesar de todo, estabas deseando ver a esos seres inquietantes y maravillosos cuya presencia te producía cosquillas en el estómago. Un día hasta me atreví, dentro de unas de esas bromas, a besar a una de las compañeras. Fue un beso en la mejilla, rápido, casi un roce, aún recuerdo el calor que sentí y que duró varios días.
En aquel trabajo no tenía contrato ni seguridad social -como era lo acostumbrado en la época- pero si un horario que cumplir, un salario, aunque fuera escaso, y un jefe al que obedecer sin rechistar. Aprendí la dureza del esfuerzo físico continuado, sufría ordenes que me parecieron arbitrarias (todavía no sabía, ni por referencia, lo que era el Servicio Militar), pero también sentí la solidaridad de algunos compañeros, encontré amigos duraderos y surgieron, que recuerde, las primeras inquietudes con el sexo. También fue la primera vez que me relacioné con chicas de edad parecida a la mía en un en torno de trabajo.
Comencé en otoño del año 1961, tenía doce años aunque cumpliría trece en pocos meses. Eran tiempos malos para la familia. Vivíamos con mis abuelos y una tía soltera. El abuelo, albañil, con poca faena, mi padre con trabajos esporádicos. Yo era el mayor de cuatro hijos y había terminado los estudios primarios, así que me tocaba empezar a trabajar -como la mayoría de los chicos de mi edad en esos años-.
En otoños había trabajo en mi pueblo para todo el mundo, era la "temporada de los mantecados", decenas de fábricas de polvorones funcionaban a ritmo frenético desde octubre a Navidad.
También para las industrias auxiliares era un buen momento. En una de ellas comencé a trabajar en el mes de septiembre. Era una imprenta, funcionaba de catorce a diciseis horas diarias para surtir a las fábricas de dulces de papel para envolver los productos, cajas de distintos tamaños y formas, embalajes, etc. Yo era porteador, con un grupo de chicos de mi edad o poco mayores, nos encargábamos de llevar a las fábricas el papel impreso, y, sobre todo, las cajas de madera y cartón donde se envasaban los mantecados y polvorones. El sistema de transporte era rudimentario: unas parihuelas de madera llevadas por dos chicos donde colocábamos las cajas hasta una altura considerable. Además de los asideros, llevábamos una cuerda con un protector de trapo para el cuello, eso nos permitía descansar los brazos de vez en cuando. Nuestro horario era de doce a catorde horas de trabajo: entrábamos a las ocho de la mañana y terminábamos, según el día, a las once o doce de la noche. Con dos horas para ir a comer y cenar a casa. El salario, aunque no lo recuerdo con exactitud, nunca llegaba a doscientas pesetas semanales (1,20 euros) por seis días de trabajo.
Si no hubiera sido por la necesidad y, sobre todo, por el buen clima que había entre los compañeros, no habría aguantado toda la temporada. Aun así, algún día intentaba quedarme un poco más en la cama, hasta que mi abuela, cargada de razones y por mi bien, según ella, me obligaba a levantarme y marchar al trabajo. Los compañeros me recibían con alguna broma, pero, si estabas realmente enfermo, siempre había alguno que hacía el trayecto más largo y te dejaba el porte con la fábrica más cercana. Recuerdo a las chicas cantando mientras preparaban las cajas o los paquetes de papel de envolver. Cuando te tocaba cargar desde la nave donde realizaban su tarea, siempre ibas con miedo a que se rieran de ti, te gastaran alguna broma subida de tono o, lo que era peor, te adjudicaran con guasa alguna novia que podía durar varios días. Pero, a pesar de todo, estabas deseando ver a esos seres inquietantes y maravillosos cuya presencia te producía cosquillas en el estómago. Un día hasta me atreví, dentro de unas de esas bromas, a besar a una de las compañeras. Fue un beso en la mejilla, rápido, casi un roce, aún recuerdo el calor que sentí y que duró varios días.
El trabajo terminó a primeros del mes de diciembre. No volví a la imprenta, aunque durante varios otoños más, hasta que emigramos a Madrid, realicé la “temporada de mantecados” en distintas empresas y con tareas diversas: mantecados "El Porvenir" de Manolo "El Monono", como botones de oficina y chico para todo y mantecados "Ntra. Sra. de la Encarnación" de Esteban Gómez, como ayudante y auxiliar administrativo. Las experiencias vividas en la imprenta me acompañaron y sirvieron en todos los trabajos posteriores. La suavidad de la mejilla de la compañera, ni siquiera recuerdo su nombre, sigue viva por alguna esquina de mi cabeza.
Hola Jesús Rueda, no he encontrado manera alguna de buscar un contacto de Ud. por lo que lo hago de la manera mas fácil que he encontrado, por qui.
ResponderEliminarMe gustaría saber un poco mas de aquellos tiempos, estoy trabajando en un articulo de información del mantecado de estepa.
Le ruego que se ponga en contacto conmigo a través de elzoomdelpoeta@hotmail.com